domingo, 17 de agosto de 2008

viernes, 15 de agosto de 2008

El Pueblo Cooperativo: Una utopía riveriana


La utopía no es percibida por los que la formulan como una realidad inalcanzable. La utopía es una esperanza cierta. No siempre se manifiesta en grandes proyectos o realizaciones. No pocas veces, al tiempo, su campo mejor son los ámbitos pequeños, partes vivas de una totalidad que les da sentido. Diego Rivera pudo mirar aquel horizonte con limpieza, y recurrir a la factura de obras de dimensiones reducidas. Fue el pintor de metros y metros de muros en los que es posible espigar aquí y allá su genio. Mantuvo a la vez una idea, no suficientemente conocida acaso, que hace indiscernible a la arquitectura de las artes plásticas. En este sentido puede entenderse el propósito de “poner el arte al servicio del pueblo”. No se trata nada más de que los integrantes de una comunidad, especialmente los trabajadores, disfruten la belleza e interpreten los significados posibles de las obras de arte –de los murales, sobre todo, por su carácter abierto a todas las miradas– sino de incorporar de veras, de modo pleno, las formas artísticas a la vida diaria, al ambiente. Absolutamente distante de la posición actual, desde la que se consideran comúnmente el arte y su exposición como “eventos” más o menos espectaculares y hechos noticiosos atentos a las cantidades de dinero y de espectadores –nada muy diferente al precio del contrato de un astro del futbol, digamos, o de la música en boga–, Rivera pensó que sin ostentaciones ni ornatos extraordinarios la gente debe pasar sus días y sus años dentro de una circunstancia poblada de cosas bellas. ¿Pura utopía? El artista pensó que no, y se sumó a los empeños de las autoridades de la Escuela Nacional de Agricultura (hoy Universidad Autónoma de Chapingo), cuyos primeros objetivos no se concentraban naturalmente en el plano estético pero que supieron dar a su institución, y por tanto a la circunstancia de sus trabajadores, académicos y estudiantes, elementos de gran altura estética y de sobria dignidad.
Se conoce bien, aunque ha comenzado a entrar en el tren del olvido, el notabilísimo trabajo de Rivera en la capilla de Chapingo, que tuvo, entre otras intenciones, la de subrayar la indisoluble vinculación entre el estudiante de aquella escuela y el campesino, la identificación de sus fines comunes, el hecho esencial de que en su trabajo por venir “aprendieran”, como señaló en su momento Marte R. Gómez, “no a explotar al hombre sino a explotar la tierra”. Detrás de la puerta en la que destacan la hoz y el martillo entrecruzados, cuya imagen se repetirá en el fresco, irrumpe el universo riveriano, homenaje a la sencillez incesante del trabajador del campo y los talleres y las fábricas que vive en comunión con el sol, el viento, la tierra y el fuego. Además del de la capilla, Diego pintó otros frescos en la escuela. Uno de ellos ilustra la repartición de las tierras en el Pueblo Cooperativo, y otro, situado como el primero en el espacio de distribución de las escaleras en la rectoría, el pueblo incipiente, el trazo de sus calles y la presencia de la Plaza Unión, cuyo diseño, decoración y contorno realizó el mismo artista.
“Este es el primer pueblo Cooperativo de la República Mexicana. Aquí no hay cantinas, porque sabemos que el alcohol embrutece. No tenemos templos (ilegible), nuestra oración es el trabajo (ilegible). Nuestra fe (ilegible). El bienestar colectivo. Nuestro dogma la cooperación. Nada tenemos ni esperamos que no sea resultado de nuestros propios actos y fruto de nuestros sinceros esfuerzos”, cita el reglamento interno, impreso en el pequeño hemiciclo ubicado en uno de los extremos del pueblo.El tiempo, la imposibilidad, la falta de interés por parte de las autoridades, le fueron quitando su belleza original a esta utopía.

jueves, 14 de agosto de 2008

Un recuerdo por la bandera de Utopía. Marco Antonio Campos

Para Juan José Reyes

De ochenta y cinco pájaros del cielo
Que vuelan en el cielo de la página,
Quisiera que cortara la memoria
quince o más, que más leves no supieron
de los años del sueño y lo imposible

¿cómo éramos? ¿y quienes? ¿Qué hacíamos?
¿De qué infierno perdura el cielo ético?
Revelamos el cielo y sus praderas,
Anhelamos ser dioses, y en el campo
Brillaron las estrellas de la noche
Como flores doradas de los árboles
Cerca de mi los compañeros jóvenes
Encendieron la chispa, y la fogata
De elesedé y peyote hizo el incendio
Y felices se vieron: sin su forma,
Deformándose, haciendo nuevas formas,
Las luces fueron música, y ya lejos
Oían Lucy en el cielo de diamantes

Con amigos que hicieron la aventura
Buscábamos el oro de Acapulco

La piel solearse bajo el sol de marzo,
Navegaciones breves, despiadados
coches por la costera ancha, mujeres
como fruta madura, las palomas
Hacía quimeras con disfraz de planes

Era 1968
En ciudades fundadas por la piedra
del mundo y del cielo eran dos pájaros
La aventura fue dios, y en el principio,
En la curva violenta el arco iris,
Los colores hablaron por su nombre
Y nombré con su nombre los colores:
Libertad, Imposible, Mundo Nuevo,
Alba, Justicia, Sueño, Rebeldía

Brillaba el alfabeto en colegios del
Arma y del lenguaje, y las piedras
temblaban en la manos de valientes
que querían luchar casi indefensos
Y la calle (moderno paraíso),
Comenzaba a poblarse como en sueño
de jóvenes, que indómitos negaban
los goces del dominio, y que a la noche
hacían ceniza el ídolo y la estatua
Fulminantes brigadas y tremendos
mítines incendiaban a los bravos
que lucían una rúbrica en el pecho:
Ciudadanos de espléndidas ciudades
Y de repente, como torbellinos
que arrebatan y envuelven cosas y hombres,
como una cosa sola arrebataban
calles, jardines, plazas y avenidas
Ya los ven el Norte en plena cólera,
mordiéndoles las garras a las bestias,
fugándose en zigzag, ¡en curva!, ¡abajo!
Recobrándose, irguiéndose en hogueras
que devastaban todo, que quemaban
todo, para recomenzar la búsqueda
del cielo, mientras sonaba el aire
las canciones del tiempo más alegre
Aún los veo un solo hombre por Reforma,
El puño en alto, la mirada altiva,
Y en el árbol madura la pregunta:
¿Para qué el sol cuando se quiere todo?
Cómo tambores en un tremebundo
tam tam, repercutía cada paso
el hueco el tam el eco el eco el paso,
los salmos rojos en el aire rojo,
y ya abejas en busca de colmena
o de la flor, los jóvenes del aire
llegaban rumorosos a la plaza
Pancartas, afilados gritos, lemas,
árboles de cohetes en el cielo,
los insultos abiertos como granadas
¿No escuchan los colores? ¿No escuchan
los sonidos que son melodía y llama
en constante movimiento sobre el muro?
Reinventar el amor,
cambiar la vida
2
Septiembre nos dejó como los pájaros
que el invierno presienten y aletean
Y respiran angustia: ya la muerte
de cara y con la máscara desciende
del follaje, sonríe, gesticula
Octubre y dos cruces rotas
se clavaron como estacas ardientes
en el calendario. Y en el patio
de los sacrificios, soberbios jóvenes,
que en los combates sucios encarnaron
el anhelo del sueño y lo imposible,
fueron ametrallados sin saberlo
Tocó huir: ocultarse en el filo
de la espada, entre honduras y cortes
de los árboles, y en el rostro, para
siempre inmóvil, de aquellos que no imploran
Mientras en casas, como grandes féretros,
muertos enterraban a sus muertos,
el Ángel Negro, destructor de ángeles,
engolaba la voz en el estadio,
mientras la baba escurría aceda
del mentón, que era como piedra en ángulo,
y los viejos más viejos, con sus caras
de piedras minerales aplaudían
a la Bestia, y afilaban un grito
que el placer alargaba (el más abyecto)

Como el paciente cazador que espera
que la presa de un paso equivocado
para dar en la trampa, se buscaba
que cayéramos: Cifras y mensajes,
señas y contraseñas: nueva lengua
que hablábamos los vencidos: Fue costumbre
vergonzosa e innoble, recatarnos
en otros, escuchar de los amigos
en sombras clandestinas o en la cárcel,
o llevar una flor recién cortada
al sepulcro de aquellos que ayer mismo
llevaron una flor recién cortada
al sepulcro de aquellos que hace tiempo
deletrearon el sueño de lo imposible
Los vivos resplandores de la fiesta
Fueron de otros, que ignoraron el tiempo
Y los nombres que yo le puse al arco iris
Cada golpe de piedra que caía
Cada golpe de piedra que caía
En la hora verde, cuando los muchachos
Con la flor de la luz de su fuerza última,
Izaban la bandera y nuestro símbolo,
Los muros , donde hiciéramos la crítica
Del dominio, los planes a futuro
Y reflexiones sobre lo que vendría
Cuando el alba lo fuera doblemente,
En la llama del alba se callaron

Llegó el rumos leve en invisibles
hilos, llegó y fue creciendo hasta ser
un martillo que seco martillaba
un martillo que en seco martillaba

¿Quién fue? ¿Fue cómo? ¿A qué hora? ¿Qué hacíamos?
Incrédulos y tristes, una pregunta
Lloraba en nuestros ojos que lloraban:
¿Quién robó la bandera de Útopía?
¿Quién robó la bandera de Útopía?